El proceso de duelo y sus fases

Duelo - Mujer con la cara tapada

El duelo es quizá uno de los estados psicológicos más conocidos por todos. La mayoría de nosotros ha pasado por esa situación, o conocemos a alguien que lo ha hecho. Del mismo modo, intuimos cuando una persona no está transitando este proceso de manera saludable.

Cuando perdemos algo o alguien que es importante para nosotros, nos pueden asaltar todo tipo de sentimientos y emociones. El duelo es una respuesta natural en estos casos: cada persona lo realiza de distintas maneras, y en tiempos diferentes.

En todos los casos, lo importante es entender y exteriorizar las emociones que nos atraviesan y cuidar de nosotros. También, buscar ayuda y acudir a terapia en caso que la necesitemos. Todo ello ayudará a superar el momento.  

En este artículo, explicamos qué es el duelo y cuáles son las fases que atraviesa. Además, brindamos consejos para que sepas en qué momento es importante buscar ayuda.

¿Qué es el duelo en Psicología?

El duelo es un proceso psicológico que se produce como consecuencia de una pérdida, ausencia, muerte o abandono. En este proceso se pueden manifestar distintos síntomas físicos y emocionales: miedo, ansiedad, confusión, culpa, negación, tristeza, depresión, shock emocional, entre otros.

Por lo general, asociamos el concepto de duelo a la “muerte”. Pero la realidad es que el duelo puede aparecer cada vez que en la vida pasamos por experiencias de interrupción definitiva de algo, ya sea de pérdida o una distancia que no podrá ser salvada.

Por ende, las causas son numerosas: el fallecimiento de una persona cercana, la ruptura de una relación, o la pérdida del trabajo, por ejemplo. También, otro tipo de cambios en la vida, como la aparición de una enfermedad crónica, o la mudanza a un nuevo hogar después de mucho tiempo.

En Psicología, llamamos “elaboración del duelo” a la experiencia emocional de enfrentarse a esa pérdida. Se trata de un proceso que nos interpela y nos conduce a la necesidad de adaptarnos a la nueva situación.

El duelo es una herida. Por lo tanto, cicatrizarla lleva su tiempo. Por lo general, se distinguen varias fases, o en otras palabras, escalones que debemos superar. Esto no significa que todas las etapas se manifiesten siempre, y tampoco necesariamente en ese orden.

¿Cuáles son las fases que se atraviesan en el duelo?

A continuación, explicamos brevemente en qué consiste cada una de ellas.

Negación

La negación es la etapa que ayuda inicialmente a sobrevivir a una pérdida. “Esto no puede ser real”, “¿cómo pudo pasar?”; son frases que probablemente todos utilizamos alguna vez. De hecho, luego de un acontecimiento así solemos preguntarnos cómo puede seguir la vida: todo aquello que conocíamos ha cambiado en un instante.

La incredulidad suele ser la primera reacción cuando se produce un golpe en nuestra vida. Y la negación es un escalón que debemos atravesar para comenzar a digerir la pérdida.

Negar es decirle de algún modo a la realidad que espere, que aún no estamos preparados. Es no vivir la “verdadera” realidad, sino una realidad “conveniente”. El impacto de una noticia de este tipo puede ser tan fuerte que dejamos de escuchar, atender al entorno o incluso pensar. Incluso, muchas veces dejamos también de sentir.

Entonces, el objetivo de la negación es darnos una tregua: un respiro antes de enfrentarnos a la realidad.

Una vez que la negación y el shock comienzan a disminuir, comienza el proceso de superación. En este punto, esos sentimientos que estábamos suprimiendo comienzan a salir a la superficie.

Rabia

Una vez que comenzamos a vivir la “verdadera” realidad, y no aquella que nos “conviene”, suele aparecer la rabia. Se trata de una etapa en donde solemos pensar “¿por qué a mí?”, o manifestar expresiones del tipo “¡la vida no es justa!”. Incluso, podemos llegar a buscar culpas en otros, o redirigir nuestro enojo a personas cercanas a nosotros.

Lo primero, y más importante, es reconocer la rabia y aceptarla. Esto nos permitirá exteriorizarla y ayudará a procesar nuestras emociones. La rabia es un arma para la supervivencia y debemos manifestarla. Si queda dentro nuestro o intentamos negarla, nos terminará perjudicando.

En nuestra vida cotidiana, solemos controlar nuestra rabia frente a determinadas situaciones o personas que nos perturban. Cuando experimentamos un proceso de duelo, nos sentimos desconectados de la realidad: como si no tuviésemos más un cable a tierra. Nuestra vida se ha roto, y ya no hay nada sólido que nos ate a ella.

Entonces, debemos pensar en la ira como una fuerza que nos ata a la realidad. Direccionar el enojo hacia algo o alguien, se transforma en un puente que nos mantiene en la realidad, y nos permite conectarnos con las personas nuevamente. Se trata de algo a lo que nos podemos “agarrar”: es una etapa normal en el proceso de duelo.

Negociación

En esta etapa, solemos fantasear con la posibilidad de revertir la situación. Las personas creyentes realizan promesas con Dios, comprometiéndose a hacer lo que sea necesario a cambio de recuperar a quien ha perdido, o volver a la vida que tenía antes.

En cierta forma, se trata de un periodo de falsa esperanza. Allí, nos hacemos creer erróneamente que podremos evitar el duelo haciendo algún tipo de negociación: “si cambias lo que sucedió, yo cambiaré esto”. Nos encontramos tan desesperados por recuperar nuestra vida anterior, que estamos dispuestos a hacer un gran cambio con el objetivo de que todo vuelva a la normalidad.

La culpa es un denominador común en esta etapa de negociación. Es el momento cuando aparecer frases del tipo “qué hubiese pasado si…” o “¿por qué no …?”: “¿Qué hubiese pasado si salíamos 5 minutos antes? Seguro no nos accidentábamos”, “¿Por qué no lo animé a ir al doctor antes?”.

El momento de negociación implica la búsqueda de formas para hacer que lo inevitable no sea posible.De todos modos, se trata de un período breve: estar pensando constantemente en soluciones puede tornarse realmente agotador.

Depresión Reactiva

La depresión reactiva es una forma comúnmente aceptada de duelo. Se trata del vacío que sentimos cuando finalmente asumimos que una persona se ha ido, o la situación es irreversible. La tristeza, la incertidumbre ante lo que viene, y un profundo dolor; son síntomas de este estado. A diferencia de la depresión mayor, la característica de la depresión reactiva es que se encuentra asociada a un evento adverso para la persona. Si bien los síntomas son muy similares a lo que comúnmente conocemos como “depresión”, ésta es temporal y más sencilla de tratar en terapia.

En esta etapa, es normal sentirse fuera de la realidad, como si estuviésemos adormecidos. También, se torna difícil salir de la cama: el mundo resulta demasiado aterrador y abrumador para enfrentarlo. No queremos estar rodeados de otras personas, no tenemos ganas de hablar, y experimentamos sentimientos de desesperanza. Incluso, muchas veces aparece la pregunta “¿cuál es el sentido de seguir?”.

Aceptación

En esta etapa, las emociones comienzan a estabilizarse y la persona que atraviesa el duelo vuelve a conectarse a la realidad.

Nunca es fácil aceptar que perdimos a alguien, o que una situación es irreversible y no hay vuelta atrás. Pero cuando llegamos a esta etapa, nos damos cuenta que el precio de no aceptarlo es demasiado alto.

Llegar a este punto es difícil: se trata de aceptar que las piedras que encontramos en el camino también forman parte de la vida.

Se trata de asumir esa nueva vida y entender que quien se fue ya no volverá, o que la situación es irreversible. Esto no implica ver el suceso de manera “positiva”, ni que el dolor se haya ido; pero sí aceptarlo y saber que se puede vivir con ello. Se trata también de un tiempo de ajuste y reajuste: hay buenos y malos días. Con el correr del tiempo, los primeros van sobrepasando a los segundos.

En esta etapa comenzamos a salir de esa niebla en la que estábamos inmersos, nos relacionamos nuevamente con nuestros amigos e incluso podemos comenzar a establecer nuevas relaciones. Entendemos que quien se fue jamás será reemplazado y que la situación es irreversible; pero seguimos adelante, crecemos y evolucionamos dentro de esta nueva realidad.

Volver a sentirnos “uno más” entre quienes nos rodean, es una forma de trabajar el duelo como un aspecto más de la vida. En definitiva, se trata de entender que la pérdida forma parte de la vida, del mismo modo que perdemos juventud, relaciones, lugares y seres queridos.

¿En qué momento es aconsejable pedir ayuda?

Un duelo elaborado de manera adecuada mejora las posibilidades de enfrentarse a situaciones similares en el futuro. De todos modos esto no siempre es así, y muchas veces este proceso no es desarrollado sanamente. Esto puede acarrear problemas emocionales, e incluso trastornos psicopatológicos con los años.

Pero, ¿cuándo el duelo se convierte en patológico? Cuando la persona sigue presentando determinados síntomas después de un tiempo.

Como planteamos en un principio, la duración del duelo es variable, lo que significa que puede tardar meses e incluso años en realizarse. La mayoría de las personas elaboran su duelo de manera adecuada, pero existen otras que no lo logran. Por este motivo es importante tener en claro qué síntomas son los que se mantienen y agudizan a pesar de que el tiempo transcurra.

Es normal que en las distintas etapas aparezcan diferentes sentimientos (tristeza, enojo, miedo, entre otros). Pero cuando estos síntomas se apoderan de la persona y no disminuyen con el tiempo, pueden afectar la salud física y mental.

En síntesis, puede establecerse que lo que distingue un duelo normal del patológico es la fase en la que la persona se queda bloqueada, impidiendo la elaboración del dolor. En los duelos no resueltos, las sensaciones paralizan el curso del duelo normal, en lugar de favorecer cambios para ir avanzando en las distintas fases.

Es en éstos casos cuando se debe pensar en recurrir a un psicoterapeuta, o incluso, pensar en alternativas como la terapia grupal de duelo. Es importante entender que el terapeuta no va a quitar el dolor, ni devolver a la persona que se fue. Simplemente, con su conocimiento actuará como guía para atravesar cada una de las etapas de la manera más positiva posible, para que no queden secuelas.

 

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